Los últimos testigos de la Pequeña Edad de Hielo en la Comunidad Valenciana


08/03/2016

Juan José Villena

Redactor


En pleno calentamiento global la Comunidad Valenciana cuenta con unos viejos colosos que hablan de inviernos gélidos y de nieve perpetua en las sierras: los pozos de nieve. Testigos con un doble muro de piedra, aproximadamente 15 metros de profundidad y 10 metros de diámetro que, a duras penas, aún se animan a mantener vivo el legado del negocio de la nieve.

Recreación de la Cava Gran

En pleno calentamiento global la Comunidad Valenciana cuenta con unos viejos colosos que hablan de inviernos gélidos y de nieve perpetua en las sierras: los pozos de nieve. Testigos con un doble muro de piedra, aproximadamente 15 metros de profundidad y 10 metros de diámetro que, a duras penas, aún se animan a mantener vivo el legado del negocio de la nieve. Entre los siglos XVII y XIX, cuando aún no existían las neveras ni el hielo artificial, estos robustos cilindros mantenían el blanco meteoro compacto hasta el verano. En este periodo se produjo un enfriamiento de la Tierra calificado por los climatólogos como “Pequeña Edad de Hielo” (PEH) o Mínimo de Maunder. En este puñado de centenares de años se estima que la  temperatura media del planeta bajó entre uno y dos grados. Parece poco pero este cambio fue más que suficiente para que desaparecieran los asentamientos vikingos del suroeste de Groenlandia o para que, de vez en cuando, se cubriera toda Francia de nieve. En el país galo, según el historiador Joël Cornette, hasta “los pájaros caían en pleno vuelo congelados”.

En este contexto de inviernos largos  y rigurosos, así como de veranos más frescos y húmedos, la venta de hielo alcanzó su máximo esplendor en la vertiente mediterránea peninsular. Este comercio estaba regulado por unas tarifas, existían impuestos especiales e incluso se disponía de una red de distribución que abastecía los principales núcleos de población. En el siglo XIX este consumo llegó a ser considerado de primera necesidad y su falta era un auténtico descalabro para la sanidad pública. A tenor de los pozos de nieve que aún pueblan nuestras montañas es fácil concluir que en esta época nevaba con cierta regularidad, por ejemplo, en la Sierra de Chiva, de Mariola o del Montdúver. El consumo de nieve siguió activo hasta los años 20 del siglo pasado y, de forma excepcional, durante la Guerra Civil. En el libro Introducción a la Meteorología, el divulgador José Miguel Viñas resalta que la última venta de hielo de la que se tiene noticia se llevó a cabo en Granada del 25 de julio de 1950. Para indagar sobre la historia y la fisionomía de estos gigantes de piedra hemos recurrido a Rafael Silvestre, Arquitecto y Representante del Círculo Industrial de Alcoy.

Pregunta.- ¿Qué son los “pozos de nieve”?

Respuesta.- En las épocas de mayor demanda de nieve y coincidiendo con la Pequeña Edad de Hielo se construyeron muchos depósitos para almacenar la nieve, que se denominan pozos de nieve, cavas o neveros, para extraerla a lo largo de todo el año y transportarla hasta los lugares de consumo para su venta. El blanco meteoro se recogía de los alrededores en capazos y se tiraba al interior del pozo por las puertas y las ventanas, donde otro grupo de hombres con mazas de madera, llamados "pitjons", iban pisando la nieve al ritmo de canciones. Cuando ésta alcanzaba un grosor determinado se aislaba de la siguiente capa por medio de paja o de cáscara de arroz. También utilizaban estos aislantes para evitar el contacto de la nieve con el fondo y las paredes del pozo.

Cuando se acababa de llenar, se ponía una última capa de paja y se cerraban las puertas y ventanas. La nieve picada se compactaba en unos moldes de madera y, después de pesarla, se envolvía con mantas y paja y se transportaba a los lugares de consumo con animales de carga, preferentemente en las horas de menor insolación, con pérdidas de volumen desde el 5 al 30%, para distancias entre 20 y 50 kilómetros dependiendo de la temperatura ambiente, duración del trasporte y las condiciones de aislamiento de la carga. En la provincia de Alicante hay localizadas actualmente más de 90 cavas, aparte de las que han desaparecido por falta de conservación.

P.- ¿Cómo se construían?

R.- La construcción se realizaba bien excavando los pozos en el terreno o roca, o bien construyéndolos a media ladera que se completaban con muros de piedra, es decir, con los materiales que proporcionaba el entorno. El remate superior al exterior, siempre estaba cubierto y cerrado para evitar el calentamiento del almacén. Las cubiertas tienen diferentes tipologías, de armazón de madera y tejas de cobertura; de cúpula o de bóveda.

Para la carga y extracción de la nieve había generalmente galerías excavadas o construidas a diferentes alturas de la profundidad del pozo. Las plantas de estas construcciones son circulares o poligonales y sus tamaños muy variados, con capacidades desde menos de 100 m3 hasta más de 2.000 m3. Son frecuentes diámetros de 5 a 10 metros, incluso las hay hasta de 15; y profundidades que se extienden desde pocos metros hasta más de 16 metros. El estado de conservación de los existentes es muy variado, desde la ruina total hasta la restauración respetuosa, por lo que se pueden visitar ejemplares muy interesantes.

P.- ¿Dónde se ubicaban y por qué factores se regían los constructores y comerciantes?

R.- Las cavas están situadas en los lugares donde se acumulaba mayor cantidad de nieve, es decir, en las cotas altas de las sierras y montes, aunque también las hay en núcleos urbanos. Se ubicaban cerca de los ventisqueros de los altos que propiciaban una mayor acumulación de nieve y aumentaban por tanto la producción de la misma para trasladarla a las cavas. También era importante la proximidad de los puntos de consumo para que las pérdidas que se producían en el transporte fueran mínimas.

P.- ¿Hasta qué año fueron utilizados?

R.- Dos hechos fueron definitivos para el declive del comercio de la nieve: el fin de la Pequeña Edad de Hielo y la coincidencia con la época del desarrollo industrial y la invención de la primera máquina productora de hielo artificial en 1870. Con el fin del comercio de la nieve se perdieron muchos puestos de trabajo, pues es muy relevante la cantidad de nevaters que trabajaban en estos menesteres. La importancia de este comercio fue documentada por Ferré y Cebrián: “… grandes nevadas que llenaban las montañas de nieve y jornaleros. Un ejemplo los días 5 y 6 de marzo de 1.762, unas 1.000 personas y 700 caballos se esforzaban en el Carrascar de la Font Roja y el Menejador", lo que  nos da una idea de la gran repercusión de la actividad.